RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA, FERVOR DE MADRID
Por Rocío Martínez Santos
Mañana de sábado desapacible y lluviosa, pero sólo al principio.
Guillermo Laín, profesor de Literatura en la UNED, experto en R. Gómez de la Serna( y trabajador convencido de la obra y la figura de Umbral) nos puso en situación a la entrada del Museo de Arte Moderno con una primera y sustanciosa aproximación a la obra, a la que siguió la visita al reconstruido despacho del escritor en la parte más alta de ese mismo museo; repasó pormenorizadamente algunos de los singulares objetos allí expuestos y se refirió a la tensión entre el acendrado madrileñismo del autor y su no menor cosmopolitismo. Comenzó a desarrollar la implicación de Gómez de la Serna con las vanguardias y su muy poco reconocido papel en las mismas. Ahí explicó su –luego- muy aplaudida idea (la de Guillermo) de introducir algún que otro gazapo en cada uno de los comentarios, y premiar al afortunado descubridor con un Kit-Kat; los ruteros, más o menos recién desayunados, no se tomaron grandes molestias. Al principio.
De allí nos dirigimos andando a la casa natal del escritor en un barrio, burgués en la época, del que salió pronto. Guillermo Laín hizo un retrato sociocultural –retrato que alargó y enriqueció durante toda la ruta- de la época y del autor.
Continuamos hacia la Plaza de Ópera y, entre greguerías y comentarios asistimos al cambio de guardia frente al Palacio Real (que no, que no estaba pactado) ; y como no estaba lejos, cruzamos hacia Las Vistillas, y hubo fotos y más fotos, y risas y lecturas. Y como seguía sin estar lejos…callejeamos hasta El Rastro, y doy fé de que el comentario y las lecturas que realizó al pie de la estatua de Cascorro fueron seguidos con inusitado interés (a esas alturas el Kit-Kat comenzaba a ser un bien codiciado). Pero no acabó ahí la cosa puesto que el taimado Laín consiguió arrastrarnos hasta Sol e interesarnos en su explicación sobre la zona de uno de los hitos gomezsernianos: el Café Pombo, que debió su postrero esplendor al interés que se tomó en ello el escritor (aquella añorada tertulia del Pombo…) . Hay que anotar que el gazapo sobre la presencia de Franco en la tertulia fue muy aplaudido. Los ruteros más avezados hicieron desde allí mismo un “avistamiento” de Lhardy.
Con la comida llegó el ansiado descanso: tuvieron lugar las consabidas “puestas al día”, los comentarios sobre lo visto y oído en la mañana, los saludos y las informaciones sobre ruteros ausentes, las fotos de nuestro Rutero-Gráfico, José Manuel Soto… y al que más y al que menos le costó abandonar el cálido refugio del restaurante para enfrentarse a un cielo, ahora sí que ya, decididamente amenazante.
Pero esta vez sí era verdad: el Teatro Lara estaba allí mismo, y allí mismo, de la mano de dos magníficos actores, Patricia Estremera y Alfonso Mendiguchía, comenzó una visita guiada –teatralizada- por la que navegamos, desde el magnífico Palco Real -rojo y dorado- hasta el mismísimo escenario; un magnífico viaje que transcurrió por las tripas del edificio –madera y metal- , por angostos pasadizos, por pequeñas salas y abigarrados camerinos (todavía con los rótulos de los grandes nombres del pasado), desembocando en bambalinas y saliendo, todos a una, al escenario ( vista de la deliciosa bombonera que es el Lara, sin público). Un privilegio.
Y ya con los ruteros como único público, Guillermo Laín se paseó por el escenario comentando, entre otras cosas, la relación del escritor con el Lara, (¡y descubrimos que el propio Laín había estrenado en ese teatro! ).
El cierre del sábado tuvo lugar, ahora sí, bajo la lluvia, en los bajos del Ministerio de Cultura recordando la historia del viejo circo teatro Price, en pleno Chueca.
El domingo de nuevo amaneció lluvioso.
En Escuelas Pías recibía a los ruteros la directora del Centro Asociado, Amelia Pérez Zabaleta (que propició y albergó esta ruta) . Guillermo –todos al fin sentados en un entorno relajado y propicio- pudo referirse algo más extensamente al personaje, pasar revista al plano más sociopolítico de la época, referirse a lo que significó, en la España de la época, la aparición de una cierta burguesía (a la que pertenecía nuestro escritor) y comentar aspectos relevantes de su vida (su singular historia sentimental, los viajes a París, el exilio final…) y de su obra; pasó por el modernismo y la exaltación estética subsiguiente, habló de su papel en las vanguardias, del modo en el que entendía el arte, de la expresión constante de yo… Pero tampoco pudo extenderse demasiado: nos esperaba el autobús que nos conduciría al Retiro, previa parada frente al Torreón del hotel Wellington, donde Ramón instaló durante un tiempo ese despacho itinerante que era , en realidad, una más de sus obras.
El paseo por el Retiro -repleto de comentarios y lecturas- desembocó en la Cuesta de Moyano camino al Museo Reina Sofía. En la Cuesta, descubrimos que está a punto de abrirse una cafetería-tertulia que, en un guiño a una de las obras del autor, se llamará Ismos.
A estas alturas, con las nubes ya en claro retroceso, el camino al museo fue corto y estimulante. Tras pasar los siempre engorrosos trámites de grupo, subimos directamente a la sala en la que se encuentra el famoso cuadro de la tertulia del Pombo, de Gutiérrez Solana. Y allí, frente a esa pintura levemente tenebrista que tiene como figura central a nuestro autor, recogimos los últimos comentarios sobre de la Serna y una detallada explicación de los diversos avatares que vivió la obra antes de ser donada al estado. En esos momentos ya lucía decididamente el sol, lo que dividió a los ruteros: mientras unos decidían continuar la visita al museo (algunos se perdían por la exposición de Pessoa), otros optaban por una cerveza al sol (a lo que acabamos sumándonos casi todos) esperando la entrada al restaurante.
Allí, junto al Reina Sofía, con la estación de Atocha y el Paseo del Prado a tiro de piedra, concluyó, con la última comida, la más madrileñista de las rutas (no sin una última greguería, por supuesto).
¿Qué más podemos decir?. Guillermo nos descubrió a un inédito Ramón, un hombre siempre basculante entre el madrileñismo más auténtico y el cosmopolitismo más feroz; el gran divulgador de las vanguardias europeas en la etapa de entreguerras, un momento de crisis, de quiebra del orden social y político ( y, por tanto, de quiebra de la estética dominante); un hombre que entiende la literatura como algo que trasciende los propios géneros, un escritor que selecciona fragmentos de realidad y los unifica convirtiéndolos en otra cosa, dotándolos de su particularísima visión.
El profesor Laín nos mostró a un artista provocador, irreverente que fue tejiendo su entorno y su literatura a base de objetos (cachivaches) y palabras (neologismos); creador de nuevos usos para las palabras y los objetos, artífice de una novedosa relación entre el concepto y el objeto. Nos descubrió, al mismo tiempo, a un renovador tanto en forma como en contenido, a un escritor original y versátil, un ser variopinto que se autonarra, se autoconstruye sin pausa, que se pretende el artista puro. Un hombre que hizo del arte y de la literatura su personalísimo modo de vida.
“No debemos ser cómplices ni de nosotros mismos”. R. Gómez de la Serna.
Oda a Ramón Gómez de la Serna
Ramón
está escondido,
vive en su gruta
como un oso de azúcar,
Sale sólo de noche
y trepa por las ramas
de la ciudad, recoge
castañas tricolores,
piñones erizados,
clavos de olor, peinetas de tormenta,
azafranados abanicos muertos,
ojos perdidos en las bocacalles,
y vuelve con su saco
hasta su madriguera trasandina
alfombrada con largas cabelleras
y orejas celestiales.
Pablo Neruda
Fotografías de José Manuel Soto.
Fotografías de Rocío Martínez Santos.