Reseña seleccionada sobre "Ensayo sobre la lucidez" de José Saramago

CLUB DE CULTURA,  Octubre de 2015

Autora:  Nuria Musté Ruiz

Esta novela de Saramago tiene un título un tanto engañoso, en apariencia, puesto que ni es un ensayo ni trata sobre la lucidez. Aunque, al profundizar un poco, observamos que bajo la forma de una novela, el autor nos convida a reflexionar. En lugar de plasmar en el texto sus propias meditaciones, nos da los instrumentos para que pensemos nosotros. Podemos reconocer en esta manera de actuar el método de Sócrates, este no daba respuesta a los problemas que se le planteaban sino que hacía que la respuesta saliera de uno mismo. Saramago, en su modestia, afirma que escribe novelas puesto que no sabe escribir ensayos. Creo que, del mismo modo que el filósofo, hace mucho más que escribir ensayos, plantea la situación para que sea el propio lector quién elabore su ensayo, su reflexión.

Tampoco da la sensación de tratar sobre la lucidez puesto que en la obra se suceden los despropósitos. El autor plantea un mundo del revés. El voto en blanco, en lugar de hacer reflexionar a los gobernantes, desata su ira. El gobierno, en lugar de velar por la seguridad de los ciudadanos, se convierte en su enemigo. Los ciudadanos inocentes, en lugar de ser protegidos por la cúpula del poder, son atacados por ella. Los ministros, en lugar de procurar la armonía y el buen funcionamiento de la sociedad, usan métodos terroristas… Pero, a pesar de las continuas tropelías, no llega el tan anunciado caos; la realidad se resiste a las continuas manipulaciones. El autor se vale de la ironía, la metáfora y de un fino humor para abrirnos los ojos, para devolvernos la visión, para que recuperemos la razón y la lucidez.

Saramago usa sus obras para intentar cambiar un mundo que no le gusta. La forma de vivir actual conduce al caos, al desastre, no se conforma con observarlo lo denuncia a través de sus obras. Tras la ceguera metafórica de Ensayo sobre la ceguera, llegó la lucidez, cual si de un nuevo Génesis se tratara, «y se hizo la luz».

Enlaza las dos obras con personajes comunes, la mujer que conservó la vista y el grupo al que guía, aparecen en ambas. Los protagonistas no son héroes, son seres humanos serenos, sosegados y libres que adquieren lucidez, ello les convierte en entes peligrosos. Ni siquiera tienen nombre, sabemos de su carácter por cómo se comportan. No se ocupa de la superficie, va al interior. Quizá en esto podemos ver cierto aire bíblico, «por sus obras les conoceréis» o un vestigio de Saint-­‐Exupéry en su Principito, «solo se ve bien con el corazón».

La estructura es muy peculiar, no diferencia los diálogos de las descripciones. Según el propio autor, esto hace que sea el lector quién ponga música al texto; es él quién ha de escuchar las voces de los personajes, igual que lo hace el escritor cuando concibe la novela.

A través de la prosa de Saramago, con la serenidad, sencillez, coherencia y maestría que la caracterizan, nos cuestionamos, una vez más, el sentido de este mundo en el que vivimos.

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