Club de Cultura Abril: Baraka y Dersu Uzala por Juan Canet

Seleccionamos una reseña entre las recibidas para el CLUB DE CULTURA de abril. Su autor es Juan Canet. Gracias a todos por participar.

BARAKA de Ron Fricke.

Con unos tintes claramente antropológicos, Fricke nos sumerge en la diversidad humana y más concretamente, en el sentimiento de religiosidad común a todas las culturas de todas las épocas, puesto que “Baraka” es un término sufí (corriente islámica) cuyo significado es “aliento de vida”, refiriéndose claramente al creador del universo.

BarakaBaraka es un film de imágenes espectaculares, que intenta impresionar al espectador para sumergirlo en la inmensidad cultual de la humanidad. El film/documental nos lleva a través de 24 localizaciones a través del globo para desvelarnos el día a día de sus diversos habitantes. Argentina, EEUU (Arizona, California, Colorado, Nuevo México, New York, Utah y Hawái), Australia, Brasil, Cambodia, China, Ecuador, Egipto, Francia, Hong Kong, India, Indonesia, Irán, Israel, Italia, Japón, Kenia, Kuwait, Nepal, Polonia, Arabia Saudí, Tanzania, Tailandia y Turquía, son algunos de los parajes a través de los cuales nos traslada.

El film empieza con unas imágenes de los monos de Parque de Jigokudani de Yamanouchi, una zona al norte de Nagano, Japón, como antesala de lo que nos depara el director.

Para seguir con la “secuela”, debemos ligar esta película con ‘Samsara’ (Ron Fricke, 2011). Este estilo de película cuyo máximos exponentes son ‘Koyaanisqatsi’ (Godfrey Reggio, 1983), ‘Powaqqatsiy’ (Godfrey Reggio, 1988) y ‘Microcosmos’ (Claude Nuridsany y Marie Pérennou, 1996), se fundamenta en una mezcla explosiva de imágenes quasi casuales, con una potente banda sonora. La reflexión sobre las complejas relaciones inter y trans culturales, logran articular un mensaje de abierta interpretación sobre el espectador, adaptable a su capacidad de comprensión del mundo. Las imágenes y sonidos nos trasladan a lugares, a veces dispersos, otras veces más cercanos, aunque siempre cargadas de un simbolismo importante, en tanto que símbolo es todo aquello que significa algo, los tatuajes y pinturas tribales aborígenes son bastante representativos en este aspecto. Fricke trata de acercarse a las emociones del espectador para crear en él un sentimiento de empatía hacia otras culturas que no son la suya propia: navegando en las penurias diarias de los hindúes, utilizando el río Ganges como hilo conductor entre sus entierros y sus pregarias matutinas. También se nos conduce a lugares más misteriosos, como las lamaserías tibetanas, tan cargadas de misticismo desde las publicaciones en la década de los 60 y 70 del falso monje budista Lobsang Rampa (posteriormente reconocido como el escritor inglés Cyril Henry Hoskin).

Fricke también nos propone un viaje etnográfico a través de las músicas del mundo, percusivas africanas, vocales aborígenes, instrumentales amazónicas, todas ellas con sus cadencias, con sus ritmos propios, destinadas a expresar necesidades humanas en sus diferentes ámbitos diarios, desde los lúdicos a los usos sagrados, de cohesión grupal, de preparación para la caza, etc.

Quizás deberíamos reflexionar sobre las diferentes expresiones culturales, las interpretaciones de felicidad y en general la percepción de nuestro pequeño hogar cósmico y nuestra incapacidad para cuidar de él. En este sentido, habría que reinterpretar las bases de nuestra sociedad y encontrar un sentido a los conflictos y modelos de sociedad que han movido el mundo a lo largo de la historia. No parece que ninguno de ellos haya logrado acertar con la resolución de los problemas que conllevan las organizaciones estatales o tradicionales en todos los continentes.

Llama la atención la falta de paisajes urbanos en la mayoría de escenas, aunque deberíamos recordar que una gran parte del globo, no comparte ni la idea europea ni el modelo de vida europeo, contagiado por la ideología protestante del individualismo y la justificación del capitalismo moderno. Esto se pone de manifiesto en las diferentes imágenes que explican cómo se ganan la vida los habitantes de nuestro planeta, desde la artesanía maasai, pasando por la horticultura china, hasta las pequeñas y medianas industrias tabacaleras asiáticas, dónde el hombre-máquina, constructor de los modelos industriales modernos socialistas y comunistas, se abre camino.

Aquí Fricke hace un paso por la sociedad industrial japonesa, con sus grandes industrias automáticas, del modelo de consumo establecido, contrasta con las anteriores escenas de economía de subsistencia. Economía substantiva frente a economía formal, dos grandes modelos coexistentes en la actualidad, uno basado en los recursos que dispone la naturaleza, empleados de forma más o menos equitativa, frente al modelo formal o racional, cuyo pivote es el ideal capitalista-consumista occidental. Sociedades dónde todo está programado y estereotipado, con grandes diferencias sociales que llegan a llevar a algunos al umbral de la sorda pobreza y que nos llevan a la locura por la falta de libertad de la que carecen sus ciudadanos frente a sociedades rurales, tradicionales, dónde el constante devenir es lo único que importa.

Como puede verse en la cinta, no hay modelos únicos, no hay grandes diferencias entre unos y otros, más que las propias que el ser humano le impone su propia cultura, todos en la búsqueda del fin último de la vida, el progreso humano, la felicidad y la gestación de una nueva generación que permita afrontar los nuevos retos que se le presentan a la humanidad.

Aún con todo este esfuerzo narrativo, este estilo cinematográfico no tiene más ambición que el de llenar la taquilla, ya que está muy orientado al espectador de fin de semana, ansioso por novedades que sacien su necesidad de movimiento aparente. No sabemos si finalmente llegará al espectador el mensaje que Fricke intenta transmitir, más allá de las imágenes y las tomas time-lapse, muy estudiadas propias de un academicismo, puesto que la mejor sabiduría es la que proviene de la experiencia individual, única y particular de cada uno, más que el aparente inútil esfuerzo poético por expresar algo tan trascendental como la inmensa experiencia de la existencia humana.

DERSU UZALA de AKIRA KUROSAWA.

«Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida…para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido»

Henry David Thoreau (Walden, 1854)

Uzala1Basado en un libro de Vladímir Arséniev, publicado en 1923, Dersú Uzalá és una historia atemporal plasmada en este film ruso-japonés dirigido por el mítico Akira Kurosawa (1975) e interpretada por el actor de origen ruso (República de Tuva) Maxim Munzuk.

Este filme está basado en la historia real del autor a través de sus viajes por el río Ussuri, situado en la parte oriental de Rusia (región de Sijoté-Alín) realizados entre 1902 y 1907. Concretamente, se centra en la relación que entabla un cazador nativo con un grupo de expedicionarios militares rusos al mando del Capitán Vladímir Arséniev (Yuri Solomin), encargados de cartografiar la zona de la taiga siberiana.

Todo empieza con un encuentro fortuito entre Dersu y el grupo de expedicionarios. La curiosidad por lo desconocido, algo innato en el hombre, es el motivo de la atracción que Arséniev siente desde el primer momento por su nuevo compañero de viaje, al que proponen como guía de la expedición por su conocimiento del terreno. A lo largo de los primeros días, Arséniev es capaz de descubrir en Dersú el maestro que aparece en el momento oportuno de la vida de todas las personas, siendo reconocido sólo por su destinatario. Dersú muestra un conocimiento de la naturaleza, sus signos y símbolos, por encima de lo común. Su percepción religiosa del mundo es animista, interpretando todas las cosas como “gente”, ánimas vivientes que conviven unas con otras para dar sentido a su mundo.

Gracias a este conocimiento, Dersú es capaz de guiar de forma precisa al grupo a través de su misión, encontrar alimento y refugio en los momentos más necesarios. La expedición depende, en cierta manera, de él en los momentos más críticos. La modernidad y sus ideas, encarnadas en estos expedicionarios, parecen servirle de muy poco al cazador, cuyo única herramienta moderna es un rifle con el que obtener su caza. Después de la finalización de la primera exploración, Dersú y los expedicionarios separan sus caminos luego de todas las aventuras vividas.

Años más tarde, con una nueva exploración y nuevos integrantes, el capitán se adentra de nuevo en la taiga para realizar su cometido. Siempre con la idea de reencontrar a su antiguo amigo de aventuras, el destino les es propicio nuevamente y se reencuentran.

Los paisajes de la taiga rusa, desoladores, inhóspitos muestran la crudeza de la vida de las gentes que la habitan, parajes cuyas condiciones de vida son extremas, mostrando como el más mínimo error de cálculo pueden llevar a la muerte al grupo de expedicionarios. Esto se pone de manifiesto cuando Dersú y el capitán se pierden en una exploración fortuita en la taiga, mientras andan por un inmenso lago helado. Sólo en ingenio de Dersú y la rapidez en la construcción de un refugio improvisado con plantas cortadas, permiten al dueto sobrevivir a la ventisca y la fría noche de la taiga.

Al finalizar la segunda exploración y viendo que Dersú pierde visión, con el consecuente riesgo de morir por falta de caza, el capitán le propone que se aloje en la casa de su familia, en la ciudad. Dersú finalmente acepta. La adaptación de éste a la vida moderna no resulta fácil. En la ciudad sólo hay prohibiciones, Dersú se recluye en una habitación añorando su antigua vida. Después de darse cuenta que Dersú jamás se adaptará a la ciudad, el capitán acepta en la idea de Dersú de volver a la taiga para seguir con su vida, no sin antes regalarle un nuevo fusil que incorpora ciertos avances técnicos que le permitirán cazar con más facilidad.

Dersú muere al ser asaltado por unos ladrones que le roban el fusil, causa de su reyerta.

La visualización de este filme nos trae a la cabeza ciertas cuestiones de la vida sobre las que deberíamos detenernos momentáneamente y reflexionar sobre ellas:

La vida en sociedad siempre nos puede ayudar a sobrevivir pero hay que pagar el precio de los dogmas impuestos por ésta. Dersú vive en modo completamente libre, respetando su entorno y permaneciendo en perfecto equilibrio con él, según los patrones del filósofo anarquista estadounidense Henry David Thoreau.

La vida moderna resulta incomprensible para otras sociedades que poseen un modo de vida distinto, sino contrapuesto. La visión mecanicista-racional de los expedicionarios resulta estúpida a los ojos de Dersú, habituado a una economía substantiva en el sentido antropológico de ésta (Kottak, 2011).

A veces es mejor no intentar cambiar el destino, puesto que este siempre encuentra el modo en el que revelarse, sino de forma aún más virulenta y dramática. Esto se demuestra en el modo en que Dersú muere, mientras él esperaba acabar sus días en la taiga, una reyerta por un regalo acaba prematuramente con su vida. El destino siempre nos lleva ventaja, puesto es él el que decide sobre nuestras vidas; una visión que seguramente no compartan muchas personas, puesto que sería calificada de determinista y contradeciría el concepto de “libre albedrío”. ¿Hasta qué punto nos resistimos a nuestro destino?. Seguramente cada uno de nosotros tendrá que responder por sí mismo ya que esta reseña no está encaminada a dar estas respuestas, sino más bien poner de manifiesto algunas de las ideas propuestas por el director de este fantástico film.

No obstante, el film es en el formato característico de Akira Kurosawa, con largas escenas encaminadas a engullir nuestra consciencia y atención, falta de una banda sonora en la mayoría de las escenas – como ya nos tiene acostumbrados la “fábrica de sueños” de Hollywood – y un tinte claramente psicológico-metafísico.

No puede faltar en nuestra hemeroteca esta cinta, un clásico del cine asiático junto con “Ran”, del mismo director.

J. Canet

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