AUTOR: Wislawa Szymborska
TÍTULO: Falta de atención
Ayer me porté mal en el cosmos.
Viví todo el día sin preguntar por nada,
sin sorprenderme de nada.
Realicé acciones cotidianas,
como si fuera lo único que tenía que hacer.
Aspirar, espirar, un paso tras otro, obligaciones,
pero sin pensamientos que fueran más allá
de salir de casa y volver a casa.
El mundo podía ser tenido por un mundo loco
y yo lo tuve para mi propio y trivial uso.
Ningún cómo, ningún porqué,
o de dónde ha salido éste,
o para qué quiere tantos impacientes detalles.
Fui como un clavo superficialmente clavado en la pared,
o (aquí una comparación que no se me ha ocurrido).
Uno tras otro se fueron sucediendo cambios
incluso en el limitado campo de un abrir y cerrar de ojos.
En la mesa más joven, con una mano un día más joven
había pan de ayer cortado de forma distinta.
Las nubes como nunca y la lluvia como nunca,
porque era con otras gotas que llovía.
La Tierra giraba sobre su eje
pero en un espacio abandonado para siempre.
Duró sus buenas 24 horas.
1.440 minutos de ocasiones.
86.400 segundos que mirar.
El cósmico savoir-vivre
aunque calla sobre nuestro asunto,
exige, sin embargo, algo de nosotros:
una cierta atención, un par de frases de Pascal
y una sorprendente participación en este juego
de reglas desconocidas.
COMENTARIO:
Y estas palabras, que extraigo, como el poema, de mi blog, El mirador, en fronterad (http://fronterad.com/?q=node/4810), que podrían acompañar al poema:
«falta de atención en la que me reconozco como en un espejo pavoroso y a la que se refiere en uno de sus poemas más redondos Wislawa Szymborska. Me hubiera gustado entrevistarla en la cocina de su casa de Cracovia, antes que de que se fuera con su petate y sus cigarrillos al otro barrio, como hizo el otro día».
ENVIADO POR: Juan Eslava Galán
AUTOR: Anónimo
TÍTULO: Soneto a Cristo crucificado
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
ENVIADO POR: Rosa Montero
AUTOR: Vladimir Nabokov
TÍTULO: Lolita
Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.
COMENTARIO:
«Este es el comienzo de Lolita de Vladimir Nabokov. Durante muchos años este libro representó para mí lo máximo a lo que se podía llegar dentro de lo que yo estaba buscando como novelista. Luego mi camino literario me llevó por unos horizontes mas fantásticos y un poco menos nabokovianos, pero Lolita me hizo discípula para siempre de este inmenso escritor ruso, que tanto me ha enseñado sobre las estructuras narrativas, los juegos literarios, la ternura y la brutalidad, el cielo y el infierno»
ENVIADO POR: Juan Ángel Juristo González
AUTOR: Paul Valéry
TÍTULO: Cuadernos
«El primer objeto cuya ciencia adquiriste, ¿no fue un seno?»
COMENTARIO:
Esa simultaneidad entre lo obvio y lo impenetrable es impagable.
ENVIADO POR: Manuel Rodríguez Rivero
AUTOR: Baltasar Gracián
TÍTULO: Oráculo manual y arte de la prudencia
Aforismo 263
Saber olvidar: más es dicha que arte. Las cosas que son más para olvidadas son las más acordadas. No sólo es villana la memoria para faltar cuando más fue menester, pero necia para acudir cuando no convendría: en lo que ha de dar pena es prolixa y en lo que avía de dar gusto es descuidada. Consiste a vezes el remedio del mal en olvidarlo, y olvídase el remedio. Conviene, pues, hazerla a tan cómodas costumbres, porque basta a dar felicidad o infierno. Exceptúanse los satisfechos, que en el estado de su inocencia gozan de su simple felicidad.
COMENTARIO:
Me fascina especialmente esa mezcla de lucidez y cinismo tan característica del pensamiento del autor, uno de nuestros más conspicuos escritores del barroco.
ENVIADO POR: Lucía Etxevarría
AUTOR: Marcel Proust
TÍTULO: Por el camino de Swan
«¡Decir que desperdicié años enteros de mi vida, que quise morirme, que viví el amor de mi vida, por una mujer que no me gustaba, que ni siquiera era mi tipo!»
COMENTARIO:
Creo que es el mejor final de una novela de toda la historia de la literatura. Y además, la primera vez que lo leí, a los diecisiete años, reflejaba exactamente lo que yo estaba viviendo.
ENVIADO POR: Luis Antonio de Villena
AUTOR: Sebastián Juan Arbó
TÍTULO: Oscar Wilde
Fue el hundimiento de este artista un caso peculiar, personalísimo, como todo había de serlo en su vida. En este sentido tenía motivos para sentirse satisfecho, y hasta envanecido , de acuerdo con la actitud que había adoptado ante los hombres. Ocurrió que el drama no dejó resquicio a la burla o al orgullo y ni siquiera a la vanidad; no quedó más que la larga noche de horror, y en ella el llanto de tantas horas amargas, la queja continua del alma herida.
Preciso es decir que la culpa la tuvo sobre todo él, y estuvo en la inconsciencia de artista mimado por la fortuna con que se acercó al peligro, con que lo provocó; en aquel constante desafío a la opinión, sin tener en cuenta las fuerzas que con ello desencadenaba: en un desconocimiento fabuloso de la naturaleza de aquellas fuerzas.
Ha de atribuirse, en verdad, en el drama mucha parte a la época, si no al país; hoy, es cierto, no habría podido ocurrir, o habría ocurrido de otra manera. Ya Bernard Shaw, en su tiempo, advertía el cambio. “Muchísimo se ha escrito –decía- respecto a la cuestión del instinto sexual invertido; pero hoy es una cuestión trasnochada. El último conocido mío procesado por eso sufrió cinco horas de reclusión en lugar de los dos años que cumplió Wilde, y el caso no apareció siquiera en la prensa” (…). El castigo no hubiese sido tan grave, pero el odio hacia él, la envidia, hubiesen sido los mismos; conviene, en efecto, no olvidar que el hecho sirvió, en realidad, de pretexto. Por encima de todo estaba, lo repito, aquel desafío a todas las creencias, a todas las actitudes que no se aviniesen con la suya. El pecado de Wilde fue esencialmente un pecado de orgullo.
COMENTARIO:
Leí ese tomo con quince años –era verano- y me hice amigo de Wilde para siempre.
AUTOR: Alvaro Cunqueiro
TÍTULO: Merlín y Familia
El señor Merlín, según se sabe por las historias, era hijo de soltera y de ajena nación, y vino heredado para Miranda por una tía segunda por parte de madre; pero hacía de esto tanto tiempo que nadie recordaba bien el suceso. Solamente una vieja de Quintás hacía algo de memoria de que siendo niña la llevaron al entierro de una señora de Miranda, y detrás del cura de Reigosa, que cantaba muy bien, iba don Merlín vestido de negro, con una bufanda colorada, y ya entonces tenía mi amo la barba blanca. También hacía memoria la vieja de que iba en el entierro el conde de Belvís con una gorra de plumas y su enano de portacolas, y que vinieron plañideras de Lugo a hacer el llanto, y las más mozas iban descalzas de pie y pierna. Por don Merlín no pasaban años, y de eso se quejaba como de un maleficio, pero pocas veces, que el ser de él era aparentar muy franco y abierto, contento del mundo y hablador, y sonreía muy fácil; le ayudaban a ser franco los ojos claros, y aquella su frente levantada y señora, y hasta aquel gesto que tenía de acariciarla con la mano derecha cuando te hablaba. Era de pocas carnes pero muy puesto en sus anchos y gentil, y muy andador. Pero ahora no iba a retratar al señor Merlín, sino a hacer la nómina de su casa, cuando yo vivía en Miranda, puesto de mozo de media mesa y estribo, por once pesos al año y mantenido, las zuecas que calzase y los remontados de chaqueta y calzón, amén de cuatro pares de medias por año nuevo, dos blancos y dos negros.
COMENTARIO:
Este año que ha concluido, o sea el pasado, celebramos el centenario del nacimiento de Alvaro Cunqueiro. Y hoy reivindico mas que nunca su Merlin y Familia, narrado por Felipe de Amancia un personaje decisivo para los que como yo, nos consideramos autores, y lectores, prekantianos.
ENVIADO POR: José Ovejero
AUTOR: Juan Marsé
TÍTULO: Si te dicen que caí
Cuenta que al levantar la sábana que cubría al ahogado, revivió en la cenagosa profundidad de pantano de sus ojos abiertos un barrido de solares ruinosos y tronchados geranios; un remoto espejismo cruzado de punta a punta por silbidos de afilador; un remoto espejismo traspasado por el aullido azul de la verdad. Y que a pesar de las elegantes sienes plateadas, la piel bronceada y las sortijas de oro que aun lucía el cadáver, le reconoció; que todo habían sido espejuelos, dijo, en aquel tiempo y aquellas calles, incluido este trapero que al cabo de treinta años alcanzaba su corrupción final enmascarado de dignidad y dinero.
Su propia madre tenía el vientre más liso que una tabla y sin embargo la llamaban “la preñada”, recuerda: aquellas vecinas deslenguadas con rulos en la cabeza, enfermas de irrealidad, trajinando baldes de agua desde la fuente agobiada de avispas y habladurías, aquel certamen de infamias una tarde de otoño que sintió romperse bruscamente un burbuja de luz en su interior y se dijo ya soy mayor, ya soy memoria y no podréis conmigo, brujas.
COMENTARIO:
Me parece uno de los mejores inicios de novela que he leído -en estrecha competición con algunos de García Márquez- por esa capacidad de meternos de lleno e inmediatamente en la historia, lo que no está reñido con un lenguaje que se demora en los detalles e inventa maneras nuevas de contarlos.
ENVIADO POR: Antonio Prieto
AUTOR: Luis Cernuda
TÍTULO: Góngora
[1] El andaluz envejecido que tiene gran razón para su orgullo,
el poeta cuya palabra lúcida es como diamante,
harto de fatigar sus esperanzas por la corte,
harto de su pobreza noble que le obliga
a no salir de casa cuando el día, sino al atardecer,
ya que las sombras
más generosas que los hombres, disimulan
en la común tiniebla parda de las calles
la bayeta caduca de su coche y el tafetán delgado de su traje;
harto de pretender favores de magnates,
su altivez humillada por el ruego insistente,
harto de los años tan largos malgastados
en perseguir fortuna lejos de Córdoba la llana y de su muro excelso,
vuelve al rincón nativo para morir tranquilo y silencioso.
[2] Ya restituye el alma a soledad sin esperar de nadie
si no es de su conciencia, y menos todavía
de aquel sol invernal de la grandeza
que no atempera el frío del desdichado,
y aprende a desearles buen viaje
a príncipes, virreyes, duques altisonantes,
vulgo luciente no menos estúpido que el otro;
ya se resigna a ver pasar la vida tal sueño inconsistente
que el alba desvanece, a amar el rincón solo
adonde conllevar paciente su pobreza,
olvidando que tantos menos dignos que él, como la bestia ávida
toman hasta saciarse la parte mejor de toda cosa,
dejándole la amarga, el desecho del paria.
[3] Pero en la poesía encontró siempre, no tan solo hermosura, sino ánimo,
la fuerza del vivir más libre y más soberbio,
como un neblí que deja el puño duro para buscar las nubes
traslúcidas de oro allá en el cielo alto,
ahora al reducto último de su casa y su huerto le alcanzan todavía
las piedras de los otros, salpicaduras tristes
del aguachirle caro para las gentes
que forman el común y como público son árbitro de gloria.
Ni aun esto Dios le perdonó en la hora de su muerte.
Decretado es al fin que Góngora jamás fuera poeta,
que amó lo oscuro y vanidad tan solo le dictó sus versos.
Menéndez y Pelayo, el montañés henchido por sus dogmas,
no gustó de él y le condena con fallo inapelable.
[4] Vi va pues Góngora, puesto que así los otros
con desdén le ignoraron, menosprecio
tras del cual aparece su palabra encendida
como estrella perdida en lo hondo de la noche,
como metal insomne en las entrañas de la tierra.
Ventaja grande es que esté ya muerto
y que de muerto cumpla los tres siglos, que así pueden
los descendientes mismos de quienes le insultaban
inclinarse a su nombre, dar premio al erudito,
sucesor del gusano, royendo su memoria.
Mas él no transigió en la vida ni en la muerte
y a salvo puso su alma irreductible
como demonio arisco que ríe entre negruras.
[5] Gracias demos a Dios por la paz de Góngora vencido; devolverle
gracias demos a Dios por la paz de Góngora exaltado;
gracias demos a Dios, que supo
(como hará con nosotros)
nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada.
COMENTARIO:
Escojo el poema Góngora de Luis Cernuda, ya que aúna mi devoción por el poeta cordobés y mi estima por Luis Cernuda en esta evocación de Góngora: «El andaluz envejecido que tiene gran razón para su orgullo…». Aparte que el poeta, Cernuda, me tocó en mis oposiciones a cátedra y me trajo suerte. Ya hice un personal comentario en las páginas 335-338 de mi libro Cuaderno de ayer que se publicó en la editorial de la Universidad de Almería en 2009.