Penélope, con su bolso de piel marrón, sus zapatos de charol y su vestido de domingo. Penélope, con su pequeño collar de perlas y su blanca chaqueta. Una Penélope varada, no en una estación con la que no parece contar el pueblo, sino en una Colegiata, que luce un cocodrilo disecado en su entrada, en Berlanga de Duero y esperando la llegada del grupo de la UNED.
Dicen en el pueblo…
Pero eso fue al final del viaje y por eso dejaremos a Penélope, que en realidad se llama Mª Jesús, esperándonos mientras nosotros vamos recorriendo las etapas previas a nuestro encuentro. Y esas etapas previas comenzaron en un lugar en el que con solo oír su nombre se vienen a la cabeza escenas truculentas entre heroicas y gores: Numancia.
Allí comienza la primera ruta del nuevo curso, en Soria, para descubrir una de esas provincias, de las que no faltan en este país, que por no encontrarse en las vías principales de los movimientos de gentes atesoran, todavía, riquezas no del todo asaltadas por los ávidos turistas del siglo XXI.
Y hacia Soria salimos en una mañana de sábado que llamaremos otoñal por eso de la fecha del calendario, octubre, pero que parecía más un día de verano y no de los más frescos, en un autobús casi lleno que se terminó de completar cuando recogimos a los amigos que llegaron con sus coches hasta el primer punto de encuentro, el hotel de Soria en el que escenificamos, en esta ocasión por llegar demasiado pronto, una hermosa escena tipo camarote de los hermanos Marx. Y hasta aquí puedo contar.
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Texto. María Peñuela