La silla donde Saramago contemplaba todas las tardes el mar, su mar, en el centro de su jardín, junto a la roca volcánica que pidió quedara en el centro al construir la casa. Todos fuimos pasando por ella, era un lujo difícil de despreciar.
La silla donde Saramago contemplaba todas las tardes el mar, su mar, en el centro de su jardín, junto a la roca volcánica que pidió quedara en el centro al construir la casa. Todos fuimos pasando por ella, era un lujo difícil de despreciar.